martes, 31 de julio de 2012

Microrrelato: Escritura

¡Hola otra vez! ¿Qué tal el verano? Yo he de admitir que estoy en un plan bastante vago y apenas hago nada, así que desde la última entrada... creo que solo he avanzado con esa cosilla que dije que haría con las reseñas (por favor, no me matéis :()
Pero en fin, me queda un laaaaaaaaaaaaaaaaaaaaargo agosto que aprovechar (que os juro será más productivo que julio, es que he tenido el ordenador muy poco disponible este mes) para escribir y escribir y escribir y escribir... (y estoy aburriendoos, ¿verdad?)
Bueno, a lo que iba era a que hoy, (que ha debido de ser mi... segundo día con internet en algo más de dos semanas) me ha salido la inspiración y he escrito un microrrelatillo (no es muy largo, apenas se pasa de una hoja en word). No está muy logrado, puesto que como casi todos mis microrrelatos son espontáneos, pero yo como siempre, espero que os guste ;)



Escritura


Cojo el mismo bolígrafo Bic con la tapa destrozada que uso para el colegio, pero no funciona. Mierda. Pues lo necesito mañana para el examen, esta tarde tengo que comprar otro.
Rebusco en mi estuche para, como esperaba, no encontrar nada. Después, voy a la mochila de mi hermana (sí, ella tiene mil bolis, seguro que no le importa que le coja uno.) Abro la cremallera del estuche con mariposas y saco un pequeño Pilot de punta mordisqueada que escribe en turquesa. Bueno, es lo mejor que tengo, habrá que aguantarse.
Cojo un cuaderno de anillas con la tapa dura color rosa y mi nombre en la red escrito a permanente negro: Dillaardi, reza en letras cursivas. Lo abro y busco una página en blanco por ambas caras, hasta que al fin, a mitad del cuaderno, la encuentro.
Apoyo la punta del boli en la hoja. ¿De qué irá hoy? Por mi mente pasan un torbellino incesable de ideas sin ningún tipo de orden: sirenas, magia, brujos, amor, desesperanza, baile, cosas que ni siquiera puedo nombrar… Las posibilidades de la imaginación son infinitas.
Empiezo a dar golpecitos con el instrumento para escribir. ¡Ya sé! Una niña al lado del mar. Cierro los ojos para visualizarlo. Sí, ahí está la luna llena, iluminando una playa en la noche. Los pies de la niña (que lleva un vestido blanco, que no se me olvide hablar del vestido blanco) van dejando un rastro de pequeñas huellas en la arena húmeda. Casi puedo oír el crujido de sus pisadas, sentir el frescor de la tierra. Es fantástico.
Vale, ahora se agacha y se pone a pintar con un dedo en la arena, ya pensaré el qué. El cabello se le va a la cara (es de un color entre miel y avellana, tendré que descubrir cuál es la palabra para describirlo) y ella se lo aparta con la mano que no está pintando. Es muy suave y fino, y lleva una flor blanca, una azucena en concreto (bueno, ni siquiera sé si las azucenas pueden ser blancas, pero el nombre suena bonito “azucena”). Vuelve a mirar las ondas de las olas e inspira. Siente el sabor a sal en el aire, ese sabor que yo misma ya he probado miles de veces en mis viajes a las costas valencianas, y muestra a la noche una sonrisa de pequeños dientes tan blancos como la luna que la ilumina. Sí, esa frase queda bien.
Y ahora… Puuff, ahora no se me ocurre nada. Quizás un pequeño flashback para entender por qué está allí. ¿Una caricia de las olas con los dedos? ¿O mejor se moja los pies? También puede ir al espigón (no sé si todo el mundo entenderá esta palabra, así que quizás haya que dar una breve explicación) y tirarse a mar abierto…
Sin darme cuenta, he empezado a hacer pequeños dibujitos turquesas en los márgenes de la hoja. No tienen ninguna forma en concreto, son simples garabatos que me salen muy a menudo cuando escribo en papel: espirales, círculos, líneas rectas, cuadraditos coloreados, un ser de nariz ganchuda que ni yo sé lo que es…
Dejo la historia a un lado y paso a los trazos del Pilot. Si me paro a pensarlo, esos trazos, tanto los que forman letras como los abstractos de los márgenes son mis ideas, mis pensamientos, todo ese río cuyo cauce nunca se seca. Como la imagen de la niña, lo veo en mi cabeza, solo que esta vez me dejo llevar sin controlar la situación. Es una especie de bosque en el que las copas de los árboles se curvan hacia el centro. Hay un río bordeado de plantas con flores amarillas, aunque en vez de agua, lo que fluye por el es una gran acumulación de tinta negra en la que a veces se distingue una palabra, la cara de uno de mis dibujos más elaborados… Hasta que llegan a una gran cascada, una cascada que no acaba en un lago, si no en el bolígrafo turquesa, que se encarga de transformar todo ese revoltijo en historias, a base de imágenes, a base de letras…
-Oye, ¿ese no es MI boli? – suena repentinamente en mi cabeza una voz de niña
Suspiro, y salgo del trance. Cierro el cuaderno y lanzo el Pilot a mi hermana
-Sí lo es.
-¡Te he dicho que no cojas mis cosas!
Sale de la habitación enfadada, y yo sonrío. La historia de la niña la dejaré para otro día. Por hoy, he conocido una pequeña parte más del mundo de la escritura.

FIN

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