sábado, 23 de marzo de 2013

Capítulo 1: Giro y vuelta a empezar

¡Hola! Me disculpo porque sé que tenía que haber subido el capítulo ayer, pero se me fue la cabeza :s.
En fin, ¡aquí lo tenéis! Espero que os guste ;)



Giro y vuelta a empezar


“El ballet es increíblemente disciplinado y exacto, mucho más de lo que es cualquier otro baile. Y solo cuando ya llevas años practicándolo, o meses repitiendo el mismo paso, puedes permitirte actuar con la pasión que se ve en las grandes actuaciones, que lo hace tan bello. Sonreír.
Pero yo estoy empezando de nuevo.” – se recordó – “No tengo la suficiente experiencia ahora mismo como para permitirme dejar ver mis sentimientos y desviarme de la pauta que me han marcado para hacer mi propia variación.”
Estos pensamientos asolaban la cabeza de Cassia a la par que realizaba el sencillo ejercicio de barra que la profesora de su nueva escuela de ballet les había enseñado. Desde su posición, segunda frente al espejo (por supuesto, producto del orden por altura), podía deleitarse de cuando en cuando con las sorprendidas y celosas miradas de sus compañeras, al ver la elasticidad y facilidad, como si su cuerpo estuviese constituido por goma, de la “novata”; aunque, por supuesto, eso no hizo que abandonase su postura firme y recta, su cabeza ligeramente a la diagonal y su semblante serio  casi inexpresivo.
Realizó una última pirueta sin rozar siquiera el palo horizontal de madera que usaban como apoyo para recuperar el equilibrio, y por mero disfrute personal, añadió una final subida a la quinta posición y bajó con un fino allongé, dejando al descubierto que sus pálidas manos podían resultar aún más delicadas de lo que ya parecían.
-Bien chicas, hemos terminado. – con un suspiro general, todas las alumnas abandonaron sus rígidas posiciones y se pusieron a charlar animadamente en pequeños corrillos; todas menos Cassia. Esta se dirigió a paso ligero, unos gráciles saltitos entre el andar y el correr, al rincón donde estaba su bolsa de deportes blanca con la figura negra de una bailarina en plena ejecución de un arabesque… La que le había regalado Aleks. Los ojos le escocieron durante un instante, antes de recordarse que se había prometido no llorar nunca más por ese capullo.
Se quitó las zapatillas de ballet, y se puso por encima del resto de la ropa de clase un pantalón de chándal del mismo tono azul cielo que sus ojos, el cual tuvo que ajustar a su delgada cadera. Se pasó por encima de los hombros la chaqueta a juego y calzó las Converse nuevas, regalo de su padre. Cuando ya estaba a un paso de la salida, la profesora le paró.
-Te has adaptado muy bien, Cassandra. Estoy gratamente sorprendida… Pero te noto muy seria. ¿Pasa algo?
-Gracias – respondió con su habitual tono de deje altivo – No, no pasa nada. Supongo que forma parte de mi personalidad el no reírme como una mula tonta cuando mis compañeras se tropiezan.
La maestra no pudo más que quedarse con la boca abierta, y antes de que recuperase la capacidad de contestar, Cassia tiró de la puerta negra y salió del aula.
En el breve trayecto a desde la escuela al autobús, soltó las pocas horquillas que le sujetaban el pelo, dejándolo en su habitual cola alta. Subió la escalerilla del vehículo verde, y se sentó junto a la ventana de la fila más atrás que quedaba libre. El cambio, había supuesto también una modificación de la ruta (a cuyos frecuentadores ya no conocía), todo con el fin de no coincidir con nadie de su antiguo instituto. Especialmente con él.
Conectó los pequeños auriculares blancos a su reproductor de última generación y, mientras la música fluía hasta sus oídos, hizo una pequeña evaluación de qué tal había ido el primer día escolar; las clases de ballet, como imaginaba, habían estado muy por debajo de su nivel, aunque contaba con un curso entero para que la subieran de grupo. En el instituto (un público, el único centro lo suficientemente cerca como para ir en bus, lo suficientemente lejos como para no conocer de antemano a nadie*), apenas había realizado las embarazosas presentaciones a lo largo de cada una de sus siete horas, e intercambiado un par de palabras con dos estúpidas animadoras en los cinco minutos entre clases; sin embargo, había tenido tiempo sobrante de tachar de su posible lista de personas a las que algún día se acercaría, a prácticamente media clase de economía doméstica, cruzarse y odiar a la “high queen” (el fenómeno que Cassia describía como “chica oxigenada de metro setenta-ochenta, que lleva menos tela en conjunto que una cría de cinco años, y va siempre perseguida por un enjambre de idiotas sin personalidad), y por último, detestar a esa misma estudiante aún más al presenciar de la pelea entre ella y una muñequita francesa, Alice Valoise (otra abeja reina con la misma escasez de cerebro), tras liarse una de ellas con el novio (mejor dicho, con uno de los novios), de la otra. Típico primer día.
El único momento divertido lo había encontrado, para su sorpresa, en la clase de literatura de última hora; durante esta, había podido observar cómo una chica que resultaba aún más joven que ella misma, sacaba los colores al profesor, ridiculizándole y sabiéndose la maldita lectura completa, después de haber pasado la totalidad de los cuarenta y cinco minutos dedicados a la asignatura mirando descaradamente por la ventana, y anotando cosas en una libreta.
“Puede que sea el único ser vivo inteligente en todo el instituto” se susurró para sí. 
En el mismo instante en que empezaba a aburrirse, el pitido del auto sonó, indicando que había llegado a su parada. Salió al pasillo central, ante el asombro de todos los demás viajeros, que giraron la cabeza para ver a la chica que nunca había ido por esa línea, y que se bajaba en la calle más pija y cara de todas a las que se podía acceder. A Cassia eso le gustaba: le gustaba sentir que los demás la vieran superior.
A pocos metros de donde se había bajado, se encontraba la puerta de su mansión, con la entrada llena de setos y rosales de mareante olor bien podados. Entró sin siquiera saludar al conserje que cuidaba la entrada; este le odiaba desde que, el año pasado, casi hizo que le despidieran por dejar pasar a dos chicas, supuestamente amigas suyas, que pretendían seguir llamándola guarra acabadas las clases.
Sacó las llaves de la bolsa de baile mientras seguía caminando por el camino de adoquines que llevaba al porche. Introdujo una de ellas en la cerradura, que giró y le dejó paso a la inmensa casa.
-¿Hola? ¿Hay alguien? – gritó haciendo eco, a la par que encendía las luces de la entrada. Silencio. - ¿Papá, mamá? – de nuevo ni un murmullo. – Genial – añadió con sarcasmo.
Subió las escaleras hasta el segundo piso donde, al fondo del pasillo, se encontraba su cuarto. En la puerta de este, había un pequeño paquete atado con un lazo, del que colgaba una nota.
-“Lo siento Cassandra, no voy a poder venir esta noche, y tu madre no volverá de Milán hasta mañana. Dentro hay dinero para que encargues la cena. Un beso.” – leyó en voz alta. Tiró el papel al suelo, y le pegó una patada que solo consiguió hacerle dar unos ridículos giros en el aire; aunque le costara horrores admitirlo, por una vez en su vida le habría gustado que sus padres cumpliesen algo de lo dicho a su hija: hablar como suelen hablar las familias normales delante de un plato de comida que no hubiesen pedido en algún restaurante caro, contarles qué tal había ido su primer día en el nuevo instituto, en la nueva escuela de baile, y en su nueva vida.
Pero, por desgracia, esa era la única parte que no había podido cambiar. La relación con sus padres.
Tras leer nuevamente la nota y romperla en cuantos trocitos pudo con un grito enfadado, entró finalmente en el cuarto. Este de un inmaculado color blanco, escondido en la moderna mansión de formas cuadradas con grandes paneles de cristal, parecía una cápsula del tiempo al barroco (elección al completo de su querida madre). Dejó tirada en la cama de princesa que tanto odiaba su bolsa de deportes, y se dirigió con pasos bruscos al bello tocador con detalles dorados donde se encontraban sus productos de maquillaje. A alguien como ella le enfurecía que le mintieran, cosa que, por desgracia, pasaba demasiado a menudo. Abrió el primer cajón de un tirón y cogió el bote de tinta y pincel escondidos, los que siempre usaba cuando quería dejar una huella de lo que pensaba… Literalmente.
Quitó uno de los múltiples cuadros colgados de las dos paredes y media que no daban a la terraza, y por tanto, no se trataban en realidad de puertas correderas con apariencia de ventana. Buscó un hueco libre entre las ya abundantes pintadas hechas con el líquido negro en ocasiones anteriores, y escribió una de sus citas favoritas:
“Aquellos que traicionan en la Tierra, serán testigos de la ira de sus dioses en el Inframundo. No conocerán nunca la luz que evitaron en su existencia carnal.” 
Sonrió satisfecha ante su trabajo, observando la pequeña letra cursiva que goteaba ligeramente, como lágrimas oscuras. Miró el reloj: las ocho y cuarto. Iba a girarse para ir pidiendo la cena cuando advirtió otro dibujo por el rabillo del ojo… Y recordó por qué ya no pintaba en esa parte de la habitación.
“Para que cada vez que la veas te acuerdes de mí” había susurrado en su oreja mientras la cubría de besos, y ella reía, viendo esa preciosa rosa negra, hecha de tal forma que parecía haber pertenecido al diseño original de la pared desde siempre, en vez de ser garabateada luego como el resto de inscripciones.
Cassia cayó de rodillas, herida repentinamente por el recuerdo de Aleks, del que, por mucho que quisiera, nunca podría deshacerse por completo. De sus manos de artista. De su pelo oscuro con el suficiente largo como para resultar sexy y no desaliñado. De lo bien que besaba, y de las miles de veces que se había sentido el ser humano más afortunado del mundo porque alguien como él se hubiera fijado en alguien como ella. De cómo le había convencido para hacer esa videoconferencia por Skype subida de tono mientras él estaba en Italia, para que pudiera seguir viendo a su querida novia.
De la noche de botellón en que había visto a Lindsay, la “high queen” de su antiguo instituto, tirada encima de él en el parque, mientras todos los demás observaban y reían. De que él también se había reído cuando la vio aparecer con la cara surcada de las mismas lágrimas oscuras que ahora mismo, en el suelo de su cuarto, empezaban a surgir de sus ojos. Y de que, segundos más tarde, había enseñado a todo aquel que había querido verlo, el pantallazo a su ordenador durante la conversación, que una semana (y no más por intervención tardía de la directora) se convirtió en el fondo del móvil, de la mitad masculina del centro.
Tirada, sintiendo el frío del suelo, notó como todas las fuerzas la abandonaban finalmente mientras empezaba a gemir, y a soltar gritos desgarrados.
Pero Cassandra Clawson no era una chica que se iba a dejar vencer por ello. No, sería fuerte, y demostraría de forma silenciosa que Aleks se había equivocado de tía, si quería hundirla. Con pasos temblorosos, se acercó a los altavoces y, conectando su reproductor, puso a todo volumen una pieza del Lago de los Cisnes. Usando el muro como barra, empezó a hacer los ejercicios del ballet que siempre le ayudaban a centrarse. Se desequilibró mil y una veces, sin importarle, levantándose de las caídas y volviendo con más fuerza, con las mejillas bañadas en el negro del rímel.
Giro. Pausa y giro. Preparación, espalda hacia delante, cambré atrás, y giro otra vez.
Porque eso era su vida. Un giro, y vuelta de nuevo a empezar.

FIN DEL CAPÍTULO 1

*Destaco lo del instituto público, no por tener nada en contra de ellos, que quede claro; si no para remarcar lo que supone para Cassia (una chica para la que un centro que no es de pago, es mezclarse con todo aquel que “no puede permitirse nada mejor”) el cambio y “sacrificios” que tiene que afrontar en su nueva vida :).
***
¿Y bien? ¿Os ha gustado? ¿Os lo esperabais así? ¿Qué cosas creéis que se pueden mejorar? ¿Os ha recordado Cassia a Michelle en algo? ¡Comentad!

Feliz sábado y un beso ;)

4 comentarios :

  1. Bueno bueno bueno... Primero, quiero decirte que muchas gracias por nominarme al pequeño premio del blog, muchas gracias:)
    Y ahora, tendré que comentarte este capítulo maravilloso. Para empezar, que me encanta cómo escribes, lo expresas todo tan bien que me siento dentro de la historia... Para seguir, yo pensaba que los capítulos iban a ser desde la perspectiva de Michelle, y me ha alegrado gratamente ver que no es así; no porque hayas empezado con el personaje que te propuse para el concurso, eh... En fin, que has transformado a ese personaje en un personaje como Dios manda, yo te di ideas que has usado tan bien... Nos podemos meter en la piel de Cassia. Por cierto, me encanta el ballet, y sobretodo cuando usas todo ese vocabulario tan técnico jaja. Y que espero pronto el siguiente, ¡me ha encantado! ¡Un beso! :)

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    1. Pues en primer lugar yo también, decirte que no hay de qué, y que, por supuesto, te tenía que nominar ;).
      Y sobre la historia, ¡muchas gracias, me alegro que te guste tanto! Para ser sinceros, al principio mi idea también era narrar por completo desde la perspectiva de Michelle; sin embargo con los personajes que habéis mandado... Tenía que desarrollar algo más jaja.
      Respecto al ballet, no es la primera vez que lo uso (Clove en Qué fue del Distrito 2 también baila :3), pero cuando me enviaste la descripción física de Cassia, me acordé de una chica de mi escuela de danza, y la tuve que meter :). Jajaja, y el vocabulario "técnico" se aprende con los años ;).
      Muchas gracias de nuevo, ¡y un beso!

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  2. ME ENCANTAAAAAAAAAAAAA!!! Espero el proximo capitilo muy pronto cielo por favor!

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    1. ¡Muchas gracias Lucía! Lo tendré lo más pronto posible ;)

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